Ciudad del Vaticano.- En una soleada Plaza San Pedro, el Papa Francisco ha rezado el Ángelus con los fieles presentes y ha reflexionado sobre el Evangelio de este domingo, 5 de marzo, segundo Domingo de Cuaresma: el de la Transfiguración.
El Santo Padre ha pedido a los fieles detenerse en esa escena y preguntarse: “¿En qué consiste esta belleza? ¿Qué ven los discípulos? ¿Un efecto especial? No, no es eso. Ven la luz de la santidad de Dios resplandecer en el rostro y en las vestimentas de Jesús, imagen perfecta del Padre. Pero Dios es Amor, y, por lo tanto, los discípulos han visto con sus ojos la belleza y el esplendor del Amor divino encarnado en Cristo. Un anticipo del paraíso”.
Con esta experiencia de la Transfiguración, “Jesús, en realidad, los está formando, los está preparando para un paso todavía más importante. De ahí, en poco tiempo, de hecho, deberán saber reconocer en Él la misma belleza, cuando suba a la cruz y su rostro se desfigure”. “Cristo es la luz que orienta el camino, como la columna de fuego para el pueblo en el desierto (cf. Ex 13,21). La belleza de Jesús no aparta a los discípulos de la realidad de la vida, sino que les da la fuerza para seguirlo hasta Jerusalén, hasta la cruz”, ha afirmado el Papa.
El Evangelio de este domingo – según el Santo Padre - “traza también para nosotros un camino: nos enseña lo importante que es estar con Jesús, incluso cuando no es fácil entender todo lo que dice y lo que hace por nosotros. Es estando con él, de hecho, como aprendemos a reconocer, en su rostro, la belleza luminosa del amor que se entrega, incluso cuando lleva las marcas de la cruz”.